A él.


Recuerdo cómo le brillaban los ojos al verme, hace años. Y cómo esa cercanía me asustaba más que cualquier tirón de orejas de mi madre.
Y las fotos borrosas, como los recuerdos que a menudo me esforzaba por tener. El parecido físico era inexistente, por suerte heredé los rasgos infantiles de mamá.
Pero sucedió, ahí estaba.
La capacidad de autodestrucción. La falta de interés total en el bienestar de la gente por la que sentía alguna clase de extraña estima, porque a eso no se le podía llamar querer. Él nunca supo hacerlo. Y cuando lo intentaba, hacía aún más daño.
Reconocí esa especie de resentimiento contra la Humanidad por haberle hecho como es.
No podía evitar llamar la antención, tenía ese tipo de personalidad tan atractiva como devastadora que hacía que el resto del mundo dependiese de su nefasta voluntad.
Cualquier sentimiento mínimamente humano le hacía huir, evadirse con el daño de su interior y renacer estando aún más vacío. Le gustaba la comodidad de la ausencia de sentimientos.
Él es todo lo que nunca he querido ser, y lo estaba viendo al reflejarme en el espejo. La ironía de la vida me jugaba una mala pasada. Mi padre se abría paso en mí, y no podía hacer nada por evitarlo.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Los espejos deberían venir con manual de instrucciones, y un cartel grande de advertencia más allá del simple "Muy Frágil" quizás:
"Muy Frágil Y a la vez Muy Duro"

O clasificación de edades... que no sabemos contar
Le aprecio. mucho mucho mucho
Anónimo ha dicho que…
Sólo decir que me vuelve a retumbar mi pecho de lata con una patada de la verdad, al parecer, compartida.

Me están saliendo demasiadas abolladuras, porque escribe con sus manos lo que yo pienso con mi mente.

Somos chatarra, o eso parece.

(K)

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