De Paso.


A este lado del espejo las cosas no son tan complicadas como muchas veces nos empeñamos en hacerlas parecer.
¿Tienes hambre? Come. ¿Tienes sed? Bebe. ¿Te sientes solo? Sal a la calle. Las aceras están infestadas de gente igual que tú.
Es la norma básica con la que nacemos, los niños se rigen por ella.
Los problemas comienzan al crecer, cuando se come por gula, se bebe sin sed y no se sale a la calle por miedo a que algún desgraciado te pegue un tiro.
Cuando tu mayor preocupación es pensar en que ponerte para buscar un trabajo de mierda que te reporte un sueldo de mierda, o de qué iba la película del macizo de turno que pusieron el otro día en no se qué canal de televisión es que algo no va bien.
Es entonces cuando aquel niño te grita desde dentro que se asfixia, que se ahoga en alcohol, que la nicotina no le deja respirar.
Y para que se calle, te compras un cochazo. A ver si el ruido el motor sepulta sus lamentos. Y follas hasta la sinrazón, a ver si entre gemido y gemido pierdes el sentido y desapareces.
Y comienza la decadencia del hombre, la pérdida del ser humano, eso da miedo.
Es ese miedo a la pérdida, o a quedarse dormido a mitad de aquella película lo que nos despierta el sentido de supervivencia, el mantenerse cerca de lo más parecido a estar vivo sólo por estar más vivo que el resto. Esa es la soberbia del ser humano.
Entonces aparece aquel desquiciado y te pega un tiro. Y sin más se acaba todo.
Si se vive por vivir, se muere por querer estar muerto.

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