Pánico.


Sabes que no irás a ninguna parte.
Permaneces inmóvil dentro de mi mientras tu mente vuela sobre mis ganas.
Dices que me abrazarás por la mañana mientras me clavas alfileres en los ojos.
Y navegamos por el techo bajo tus pies, encarando nuevos muros con manos rotas, mientras estás a miles de kilómetros de aquí.
No creo que esto termine así como así.
Hay arañas en las paredes que apestan a nada. Cabezas muertas descansan por las esquinas, a veces me miran y me hacen sentir mal.
Intenté taparme los ojos con las manos, pero los agujeros de las palmas me dejaron encontrar el camino para arrinconarte.
Cuchillas flotan en el vapor del baño. Las burbujas de tus venas vuelven mis manos negras.
Se escuchan susurros desde la otra habitación, sabiendo que el limpiaventanas sigue espiando.
Desayuno testarazos contra el alma, durmiendo al borde del sueño catatónico, hasta que las caras grises que salen del techo esnifan silencio, a pesar de los gritos.
Siento una cuenta atrás dentro de mi, ya empiezan a rondarme pensamientos de desaparecer.
Me obligan a buscar respuestas que no quiero saber...
Por eso devoro mis manos, porque mis rodillas lloran.
Por eso tengo el cuello roto, porque me destrozaste la voluntad.
Por todo este tiempo, por estas manos, por esta tierra que pisamos. La calma desparece una vez más.
Gracias por venir. Ya puedes largarte

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