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Hasta los cinco años estuve rebotando de un piso a otro del centro de la ciudad, hasta que llegué a un barrio de la periferia. Sin parques, ni canchas de baloncesto, ni plazas. La gente era tan agradable y cercana que asustaba, al menos me resultaba extraño que se mostrasen tan familiares sin motivo aparente.
Mis hermanos enseguida encontraron un hueco entre los diferentes grupos del barrio.
Mi hermano era un líder nato. Un chaval con moto siempre resulta más atractivo a ojos del resto, y si además le añadimos unos preciosos ojos verdes y una sonrisa bonita, no habría corazón ni labios que se le resistieran.
Mi hermana no perdía la costumbre de organizar la vida del resto. Planificaba excursiones, meriendas, juegos...y además, trabajaba. Siempre fue la responsable de los tres.
Yo era muy pequeña para salir a jugar, hasta que mi hermano se apiadó de mi y me sacaba de paseo con sus amigos. Recuerdo cómo me sentaban en una de sus motos y me pellizcaban las mejillas, o me hacían cosquillas hasta llorar. "¡Qué graciosa tu hermana!" le decían.
Realmente era una cría bastante mona. De piel muy blanca, ojos pequeñitos de un marrón muy claro y pelo rizado y rubio. Lástima que el encanto se perdiese con el tiempo.
Los amigos de mis hermanos, y mis hermanos, crecieron. Se fueron de casa y comenzaron una nueva vida lejos de las calles. El puesto de banda gamberra oficial lo ocupamos los hermanos pequeños de aquellos jóvenes sensatos y agradables. Lo que pocos sabían es que el saber estar no se hereda.
La sociedad y sus costumbres se había recrudecido con el tiempo. Tener doce años y vivir en los noventa parecía una tarea imposible. Los Backstreet Boys no consiguieron apagar la vena rebelde propia de la edad y apareció el rap. Mientras Tupac Shakur moría tiroteado, Run DMC y MC Hammer parecían ganarle la batalla a Dr. Dre hasta que apareció D12, y con ellos, Eminem.
El barrio se llenó de "malotes" y gente "chunga". Todos éramos raperos del Bronx, y como tales, formábamos bandas callejeras que atemorizaban a todos, al menos eso creíamos nosotros.
Entre guerras de agua, historias para no dormir y enormes chicles de fresa, la infancia cerraba el primer capítulo de mi vida. La adolescencia se abría paso a gritos en nosotros, y con ella, el primer amor.

...

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
siga que la voy siguiendo

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