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Después de recordarlo, creo que la muerte de mi abuela me ha marcado muchísimo y me ha hecho en gran parte como soy ahora. Otra parte importante en la vida de cualquier persona son sus amigos.
Empecé a ir al cole a los cuatro años. No era una niña tímida, pero si muy reservada. Solía sentarme al fondo de la clase para huir de los profesores y observar al resto.
Mis aspiraciones como estudiante no solían ir más allá de dejarme llevar con las redacciones de fin de semana y pasar las tardes dibujando. Nunca me gustaron las matemáticas, las cambié por griego en cuanto tuve oportunidad. Se podría decir que fui (y soy) humanista. No me consideraba líder, pero quizá si un gran punto de unión. La mayoría del tiempo me tocaba ejercer de conciliadora o de sensata. Recuerdo que una profesora de inglés me llamaba cariñosamente "The Glue".
Mis compañeros de clase fueron los mismos siempre, desde los cuatro a los dieciséis años. Hasta los dieciocho estudié en otro instituto, sin ellos, con toda la melancolía que eso conlleva.
Compartimos cicatrices, merienda, broncas de profesores, peleas con otras clases... Había un sentimiento de hermandad más que de compañerismo. Muchos de ellos siguen hoy conmigo, otros...no.
Muchos son respetables trabajadores, otros siguen siendo brillantes estudiantes. Algunos ya son padres de familia, incluso con planes de boda. Aunque no todos son tan "perfectamente correctos". La droga no es algo que todos puedan rechazar y...bueno, algunos simplemente no han llegado hasta el día de hoy.
Hoy en día intento cuidarles como entonces, aunque es francamente difícil. La vida da demasiadas vueltas y el tiempo y la distancia no son benévolos siempre.
Quizá lo mejor sea cruzarnos por la calle, al doblar la esquina, al salir de una tienda o pillar el bus. Los ojos abiertos de par en par, la boca entreabierta, una sonrisa de oreja a oreja y "esa sensación" que asegura un abrazo inmenso, y quizá un café.
El barrio era otra historia...


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