No me gusta el viento.
No me gusta el viento. Cuando era pequeña, tenía la certeza de que el viento era un señor que se apostaba junto a mi ventana y me silbaba para no dejarme dormir. No me gusta el viento. Remueve y levanta las arenas del Sáhara hasta traerlas a mi casa y obligarme a estornudar entre lágrimas de resignación. No me gusta el viento. En invierno tiñe mi nariz de rojo vergüenza, como la de los alcohólicos al salir de los bares, y me duerme los dedos de las manos. No me gusta el viento. No respeta mi pelo, ni mis ojos, ni las hojas de los árboles. No me gusta el viento.