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Apoyar la frente enfebrecida en la cara oculta de la puerta.
Desorbitar los ojos. Enumerar cuántas copas se han sacrificado, sin conseguirlo.
Buscar una excusa creíble para semejante fracaso.
Dibujar ésta noche. La de mañana. La siguiente.
Las lágrimas de las paredes.
Sentir cómo la soga se escurre del cuello, dejando sin más la presión de las manos.
Apoyar la frente.
Abandonarse.

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