Me levanté tarde, la fecha es lo de menos, dispuesta a ser vulgar, como debe ser, pero no funcionaba la rutina. Alguien debió desconectar la mediocridad o al alcohol se le olvidó que era día laborable. Los bares estaban mal cerrados, goteaban los grifos de la desidia. Una inmensa multitud de ojos desfiló, sin parpadear, delante de mi ombligo. El café tenía sabor a tinto, el pan saltó de la tostadora al vacío, y al salir por la puerta descubrí que la escalera tenía los escalones dormidos. Aterricé en el portal como pude. Salí a la calle sin saber nada nuevo del día. Estaba abierto el quiosco del tiempo y cogí dos periódicos al vuelo, sus hojas de gris y tinta, en un extraño idioma, contaban los sucesos del último medio segundo. Abro los ojos y los cuelgo al borde de la sonrisa de aquellas manos que me despertaron una vez, esas que se hundieron en mi cuerpo con la firmeza de las nubes. Mientras las flores proponen una huelga contra un sol, que no quiere dar la cara, yo me siento en el fi...