No se enfade usted, señor poeta...
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La vida paga sus cuentas con tu vida
y tú sigues creyendo que eres inmortal.
Por Dios,
¡cógela del cuello de una vez!
¡Desnúdala como un desesperado!
Tírala sobre la cama
y haz con ella lo que se te antoje.
Vacíate, piérdete en sus pechos,
que grite, que arañe, ¡préñala!
Ponla a sudar tu esencia por el corazón.
Pero no lo cuentes de tal modo, señor poeta.
Hazlo con un gesto dulce, noble, amable
propicio para la melancolía.
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