El Desposeído.
No son mías las palabras ni las cosas. Ellas tienen sus fiestas, sus asuntos que a mí no me conciernen, espero sus señales como el fuego que está en mis ojos con oscura indiferencia. No son míos el tiempo ni el espacio (ni mucho menos la materia). Ellos entran y salen como pájaros por las ventanas sin puertas de mi casa. Alguien habla detrás de esta pared. Si cruzara, sería en la otra estancia: el que habla soy yo, pero no entiendo. Tal vez mi vida es una hipótesis que alguno se cansó de imaginar, un cuento interrumpido para siempre. Estoy solo escuchando esos fantasmas que en el crepúsculo vienen a mirarme con ansia de que yo los incorpore: ¿querría usted negar, sufrir, envanecerse? No es mía, les respondo, la mirada, negar sería espléndido, sufrir, interminable, esas hazañas no me pertenecen. Pero de pronto no puedo disuadirlos, porque no oigo ya mi soledad y estoy lleno, saciado, como el aire, de mi propio vacío resonante. Y continúo diciéndome lo mismo, que no tengo ninguna idea de