Amar en tiempos raros.
Anoche se nos acababa el mundo y nosotros, poetas, nos echamos a la calle. Invadimos los parques, y engañamos con canciones y pan a las palomas. Nos perdimos silenciosos en todas las esquinas, allí donde se acaban las tiendas, los oficios diarios y los besos se apoderaron de las manos, del dorso de las manos sobre todo, del perfil de la boca. Era muy fácil confundirnos con el escaparate de una zapatería, con la vieja casa siempre en obras de la que huye el viento en cuanto puede, con un portal oscuro integrado en la negrura de una calle sin salida. Pasábamos inadvertidos por un resto de luz, por las escaleras de piedra, bajo la marquesina dibujada sobre la que se refugiaron, ya hartas de engaños y tristes, nuestras palomas. Seguimos en la calle hasta que el nuevo día y un café nos convirtió en un cierre de persiana.